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Las Gincanas, aquellas pruebas de habilidad que siempre ganaba Pedro Ramos
Una gincana es un concurso de habilidad y destreza en la que los participantes deben sortear una serie de obstáculos en un circuito (normalmente una explanada o calle principal) debidamente acotado, en el menor tiempo posible y con el menor número de fallos. En el caso de la Galicia de finales de los años 50, las pruebas las diseñaban los VESPA CLUBES a petición de un ayuntamiento (Ferrol, A Estrada, Ourense, Vigo…), con motivo de alguna festividad o evento. Para los miembros del CLUB era una excursión especial en la que además, el organizador les invitaba a un generoso ágape. Para el Concello por su parte, un éxito asegurado de entretenimiento y público. Si había alguien que destacaba sobre los demás en estas pruebas, ese era Pedro Ramos.
Quizás el más popular de todos sus retos fuese el "slalom" entre postes de madera de más de un metro de altura (o pequeños conos). Normalmente situados a corta distancia, lo que obligaba al piloto a serpentear entre ellos hincando el manillar a derecha e izquierda. La dificultad en este caso consistía en mantener el equilibrio en un espacio de paso sumamente reducido.
Entre las pruebas de equilibrio, destacaba la de circular sobre un tablón de madera estrecho, de unos dos dedos de grosor y por lo menos 5 metros de largo, de principio a fin. En este reto penalizaba si una de las dos ruedas no enfilaba correctamente el tablón o durante el trayecto "descarrilaba". Una variante de este desafío consistía circular entre dos tablones dispuestos en paralelo en el suelo, con la separación de algo más del grosor de un neumático, para que el participante enfilase las dos ruedas entre ellos. Por supuesto, sin desplazarlos.
Después estaban las pruebas de lentitud, las cuales consistían en recorrer una distancia determinada en el mayor tiempo posible sin poner pie en tierra. La salida podía ser individualizada, con cronómetro en mano o en series de 4 ó 5 vespistas, en las que se llevaba la victoria el último en llegar a la meta o el que se mantenía más tiempo en pie, tras ver como sus rivales perdían el equilibrio.
Otra de las pruebas denominadas de "habilidad o destreza" consistía en coger un huevo, colocarlo en una cuchara y circular unos metros sin que este se rompiese ni fuese amparado con las manos. O coger un vaso de agua apoyado normalmente en un taburete, beberse el contenido en marcha y depositarlo en un cesto de mimbre (el cual podía estar a diferentes alturas). Aquí en Galicia cuentan los más veteranos, se solía colocar una bota de vino en un poste, el conductor tenía que beber de ella y depositarla después en una silla o colgarla en otro poste provisto de un pequeño gancho. Una variante de esta prueba, consistía en coger un sobre y meterlo en la estrecha rendija a modo de buzón. En otras ocasiones lo que se hacía era coger un aro que debía ser insertado en un palo (en ocasiones dispuesto verticalmente y en otras paralelo al suelo).
El desafío “del trébol” consistía en, tomando un punto central como referencia, enlazar dos ochos perpendiculares describiendo las hojas de un trébol en el recorrido, lógicamente sin poner el pie en tierra. Para evitar cualquier tipo de duda, se solía pintar en el suelo la ruta a seguir, así como por donde debía entrar y salir el piloto. La versión reducida de esta disciplina, era “el ocho”. Con dos postes o conos dispuestos en paralelo (normalmente en una distancia corta), el participante debía rodearlos describiendo uno o varios ochos.
También afrontaban pequeñas rutas de conos o pequeños palos dispuestos como un pasillo estrecho y enrevesado que obligaba al participante a tomar curvas de 180º muy cerradas, incidiendo en la destreza de los pilotos por hacer frente a la fuerza de la gravedad cuando sus scooters estaban prácticamente inclinadas. En ocasiones se combinaban dos curvas consecutivas, una en una dirección y la siguiente en la otra, obligándolo a contravolantear si no quería dar con sus huesos probasen la dureza del asfalto.
Los organizadores de estos recorridos, también hacían pasar a los concursantes por debajo de una vara (al más puro estilo “baile del limbo”). Dependiendo del piloto, unos optaban por inclinar el cuerpo hacia el cuentakilómetros, mientras otros se echaban para atrás. A veces, aprovechando la irregularidad del terreno, colocaban el listón al inicio de una pequeña cuesta, para complicarse cabe aún más la cosa.
Respecto a las frenadas, había varias variantes. La más sencilla era la de parar la vespa entre dos marcas señalizadas en el suelo tras superar una pequeña rampa de madera con un ángulo aproximado de 30º. En otras ocasiones ponían un pequeño listón a la altura de la rueda delantera para que el piloto, tras su derribo, frenase manteniendo unos segundos el equilibrio.
Pero si algún obstáculo era especialmente temido, era sin duda la tabla basculante. Un pequeño artilugio a modo de balancín compuesto por un tablón al que debían subir los pilotos. A medida que ascendían por él (debido a la fuerza de la gravedad) la tabla se inclinaba en sentido contrario. Lo que al principio era una cuesta ascendente se convertía en otra descendente. La clave estaba en dominar bien los tiempos. Unos instantes antes de llegar al punto de equilibrio, había que pisar bien el freno, para seguidamente apurar el acelerador y salir como una centella.
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Las Gincanas, aquellas pruebas de habilidad que siempre ganaba Pedro Ramos
Una gincana es un concurso de habilidad y destreza en la que los participantes deben sortear una serie de obstáculos en un circuito (normalmente una explanada o calle principal) debidamente acotado, en el menor tiempo posible y con el menor número de fallos. En el caso de la Galicia de finales de los años 50, las pruebas las diseñaban los VESPA CLUBES a petición de un ayuntamiento (Ferrol, A Estrada, Ourense, Vigo…), con motivo de alguna festividad o evento. Para los miembros del CLUB era una excursión especial en la que además, el organizador les invitaba a un generoso ágape. Para el Concello por su parte, un éxito asegurado de entretenimiento y público. Si había alguien que destacaba sobre los demás en estas pruebas, ese era Pedro Ramos.
Quizás el más popular de todos sus retos fuese el "slalom" entre postes de madera de más de un metro de altura (o pequeños conos). Normalmente situados a corta distancia, lo que obligaba al piloto a serpentear entre ellos hincando el manillar a derecha e izquierda. La dificultad en este caso consistía en mantener el equilibrio en un espacio de paso sumamente reducido.
Entre las pruebas de equilibrio, destacaba la de circular sobre un tablón de madera estrecho, de unos dos dedos de grosor y por lo menos 5 metros de largo, de principio a fin. En este reto penalizaba si una de las dos ruedas no enfilaba correctamente el tablón o durante el trayecto "descarrilaba". Una variante de este desafío consistía circular entre dos tablones dispuestos en paralelo en el suelo, con la separación de algo más del grosor de un neumático, para que el participante enfilase las dos ruedas entre ellos. Por supuesto, sin desplazarlos.
Después estaban las pruebas de lentitud, las cuales consistían en recorrer una distancia determinada en el mayor tiempo posible sin poner pie en tierra. La salida podía ser individualizada, con cronómetro en mano o en series de 4 ó 5 vespistas, en las que se llevaba la victoria el último en llegar a la meta o el que se mantenía más tiempo en pie, tras ver como sus rivales perdían el equilibrio.
Otra de las pruebas denominadas de "habilidad o destreza" consistía en coger un huevo, colocarlo en una cuchara y circular unos metros sin que este se rompiese ni fuese amparado con las manos. O coger un vaso de agua apoyado normalmente en un taburete, beberse el contenido en marcha y depositarlo en un cesto de mimbre (el cual podía estar a diferentes alturas). Aquí en Galicia cuentan los más veteranos, se solía colocar una bota de vino en un poste, el conductor tenía que beber de ella y depositarla después en una silla o colgarla en otro poste provisto de un pequeño gancho. Una variante de esta prueba, consistía en coger un sobre y meterlo en la estrecha rendija a modo de buzón. En otras ocasiones lo que se hacía era coger un aro que debía ser insertado en un palo (en ocasiones dispuesto verticalmente y en otras paralelo al suelo).
El desafío “del trébol” consistía en, tomando un punto central como referencia, enlazar dos ochos perpendiculares describiendo las hojas de un trébol en el recorrido, lógicamente sin poner el pie en tierra. Para evitar cualquier tipo de duda, se solía pintar en el suelo la ruta a seguir, así como por donde debía entrar y salir el piloto. La versión reducida de esta disciplina, era “el ocho”. Con dos postes o conos dispuestos en paralelo (normalmente en una distancia corta), el participante debía rodearlos describiendo uno o varios ochos.
También afrontaban pequeñas rutas de conos o pequeños palos dispuestos como un pasillo estrecho y enrevesado que obligaba al participante a tomar curvas de 180º muy cerradas, incidiendo en la destreza de los pilotos por hacer frente a la fuerza de la gravedad cuando sus scooters estaban prácticamente inclinadas. En ocasiones se combinaban dos curvas consecutivas, una en una dirección y la siguiente en la otra, obligándolo a contravolantear si no quería dar con sus huesos probasen la dureza del asfalto.
Los organizadores de estos recorridos, también hacían pasar a los concursantes por debajo de una vara (al más puro estilo “baile del limbo”). Dependiendo del piloto, unos optaban por inclinar el cuerpo hacia el cuentakilómetros, mientras otros se echaban para atrás. A veces, aprovechando la irregularidad del terreno, colocaban el listón al inicio de una pequeña cuesta, para complicarse cabe aún más la cosa.
Respecto a las frenadas, había varias variantes. La más sencilla era la de parar la vespa entre dos marcas señalizadas en el suelo tras superar una pequeña rampa de madera con un ángulo aproximado de 30º. En otras ocasiones ponían un pequeño listón a la altura de la rueda delantera para que el piloto, tras su derribo, frenase manteniendo unos segundos el equilibrio.
Pero si algún obstáculo era especialmente temido, era sin duda la tabla basculante. Un pequeño artilugio a modo de balancín compuesto por un tablón al que debían subir los pilotos. A medida que ascendían por él (debido a la fuerza de la gravedad) la tabla se inclinaba en sentido contrario. Lo que al principio era una cuesta ascendente se convertía en otra descendente. La clave estaba en dominar bien los tiempos. Unos instantes antes de llegar al punto de equilibrio, había que pisar bien el freno, para seguidamente apurar el acelerador y salir como una centella.
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