

Co seu tio Roberto
Nosa blogueira residente en Francia Margarita Mosquera, nos manda esta imaxen preciosa
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MARGARITA MOSQUERA PORTO · 11/11/2014 13:27
Que frente de mar tenia Vilagarcia en sus tiempos con tantas playas como la Hortina, Vista Alegre, Santa Lucia, Concha y Compostela , igual me olvido de alguna mas, seriamos la envidia de muchas ciudades Gallegas , (tenemos que conformarse con lo que hay.)

o faiado da memoria · 11/11/2014 07:00
Roberto el relato que escribistes, sobre la preciosa perra Diana, me encanto,describes todos los detalles punto por punto.Debistes estudiar periodismo, escribirias buenos articulos en cualquier periodico. Un abrazo Comentario por margarita mosquera porto (17-11-2010 11:39)

o faiado da memoria · 11/11/2014 07:00
Como dice Margarita, podemos verla en esta foto con nuestro tío, Roberto Porto (+), al que acompaña su perra de caza, ‘Diana’. La historia de ‘Diana’, nuestra perra de caza, tiene un final trágico. Roberto, que entre sus múltiples aficiones figuraba la caza -que practicó en una determinada época de su vida-, tenía interés en adquirir un perro de caza, joven y de casta. Solicitó información a Barcelona, y le enviaron un catálogo con gran profusión de fotografías de los canes que tenían a la venta. Entre todos los ejemplares, que ostentaban una impresionante presencia, destacaba -esa fue nuestra apreciación- una joven y esbelta perra, castaña y blanca, cruce de galga y podenco, de nombre ‘Diana’. Llegó por ferrocarril, en una jaula acondicionada al efecto, a la otrora recién estrenada estación nueva de Villagarcía. Al atardecer del mismo día de su llegada, Roberto, impaciente e ilusionado, la llevó al Montiño para observar su comportamiento. Desenganchó la correa y la dejó en libertad. Se quedó quieta, atenta, con las orejas de punta -igual que está en esta fotografía-, y empezó a correr, perdiéndose entre la espesa y abundante maleza. Tardaba mucho en regresar, y nuestro tío, muy preocupado, temiendo que se hubiera perdido, empezó a llamarla repetidamente, adentrándose también él en aquella espesura. La perra no daba señales de vida, y ya estaba oscureciendo… ‘Diana’, con los ojos brillando en la oscuridad, apareció, al fin. Pero no venía sola, ¡traía un conejo en la boca! Durante la época de caza, ‘Diana’ demostró su buen hacer como perra cazadora, sorprendiendo a los que acompañaban a Roberto en aquellas jornadas dominicales de cacería. El patio del garaje de nuestro abuelo, padre de Roberto, era el lugar en el que ‘Diana’ tenía su alojamiento, debajo del cobertizo de la fragua. Todos los días se sacaba para que hiciera ejercicio, además de sus “cosas”, por los alrededores: antigua rampa del Cavadelo, inmediaciones del Colegio León XIII, rampa o muelle de los carabineros… Verla correr era todo un espectáculo. Su vertiginosa velocidad, así como los cambios de dirección durante la carrera, inclinándose hasta lo imposible sin llegar a “derrapar”, era todo un prodigio de equilibrio y dominio de su estilizada masa muscular. Pero, un mal día, después de hacer su habitual recorrido, se entretuvo más tiempo del acostumbrado, detrás de la caseta de los carabineros… Regresó al garaje, con paso sorprendentemente lento, vacilante, tambaleándose. Consiguió llegar al patio del garaje, y, antes de entrar en el cobertizo, se desplomó. Mi abuelo, con evidentes muestras de nerviosismo, sospechando lo que más tarde se confirmó, me envió a la droguería, indicándome que fuera a toda prisa, a buscar aceite de ricino. Cuando llegué, aquel aceite purgante ya no surtió efecto. ‘Diana’ estaba agonizando. Se había envenenado al comer un trozo de carne con estricnina, que, cada cierto tiempo, el ayuntamiento ordenaba distribuir por distintos lugares, con el fin de eliminar los perros vagabundos. Años más tarde, el lazo sustituyó al terrible veneno. Yo tendría unos doce años, y la mirada de aquella perra, dócil y cariñosa, que se iba apagando poco a poco, y que en un instante había perdido toda su vitalidad, nunca sabré si era una mirada de súplica o de despedida… Y así, con apagados gemidos de sufrimiento, dejó de existir aquella joven y esbelta perra, castaña y blanca, cruce de galga y podenco, de nombre ‘Diana’. Comentario por Roberto Núñez Porto (16-11-2010 19:32)

o faiado da memoria · 11/11/2014 06:59
Soy yo paseando por la nostaljica playa de la Hortina, con mi tio ROBERTO PORTO , y su perra que se llamaba Diana ,detras se ven los pequenos vapores en madera Comentario por margarita mosquera porto (15-11-2010 20:51)

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MARGARITA MOSQUERA PORTO · 11/11/2014 13:27
Que frente de mar tenia Vilagarcia en sus tiempos con tantas playas como la Hortina, Vista Alegre, Santa Lucia, Concha y Compostela , igual me olvido de alguna mas, seriamos la envidia de muchas ciudades Gallegas , (tenemos que conformarse con lo que hay.)
o faiado da memoria · 11/11/2014 07:00
Roberto el relato que escribistes, sobre la preciosa perra Diana, me encanto,describes todos los detalles punto por punto.Debistes estudiar periodismo, escribirias buenos articulos en cualquier periodico. Un abrazo Comentario por margarita mosquera porto (17-11-2010 11:39)
o faiado da memoria · 11/11/2014 07:00
Como dice Margarita, podemos verla en esta foto con nuestro tío, Roberto Porto (+), al que acompaña su perra de caza, ‘Diana’. La historia de ‘Diana’, nuestra perra de caza, tiene un final trágico. Roberto, que entre sus múltiples aficiones figuraba la caza -que practicó en una determinada época de su vida-, tenía interés en adquirir un perro de caza, joven y de casta. Solicitó información a Barcelona, y le enviaron un catálogo con gran profusión de fotografías de los canes que tenían a la venta. Entre todos los ejemplares, que ostentaban una impresionante presencia, destacaba -esa fue nuestra apreciación- una joven y esbelta perra, castaña y blanca, cruce de galga y podenco, de nombre ‘Diana’. Llegó por ferrocarril, en una jaula acondicionada al efecto, a la otrora recién estrenada estación nueva de Villagarcía. Al atardecer del mismo día de su llegada, Roberto, impaciente e ilusionado, la llevó al Montiño para observar su comportamiento. Desenganchó la correa y la dejó en libertad. Se quedó quieta, atenta, con las orejas de punta -igual que está en esta fotografía-, y empezó a correr, perdiéndose entre la espesa y abundante maleza. Tardaba mucho en regresar, y nuestro tío, muy preocupado, temiendo que se hubiera perdido, empezó a llamarla repetidamente, adentrándose también él en aquella espesura. La perra no daba señales de vida, y ya estaba oscureciendo… ‘Diana’, con los ojos brillando en la oscuridad, apareció, al fin. Pero no venía sola, ¡traía un conejo en la boca! Durante la época de caza, ‘Diana’ demostró su buen hacer como perra cazadora, sorprendiendo a los que acompañaban a Roberto en aquellas jornadas dominicales de cacería. El patio del garaje de nuestro abuelo, padre de Roberto, era el lugar en el que ‘Diana’ tenía su alojamiento, debajo del cobertizo de la fragua. Todos los días se sacaba para que hiciera ejercicio, además de sus “cosas”, por los alrededores: antigua rampa del Cavadelo, inmediaciones del Colegio León XIII, rampa o muelle de los carabineros… Verla correr era todo un espectáculo. Su vertiginosa velocidad, así como los cambios de dirección durante la carrera, inclinándose hasta lo imposible sin llegar a “derrapar”, era todo un prodigio de equilibrio y dominio de su estilizada masa muscular. Pero, un mal día, después de hacer su habitual recorrido, se entretuvo más tiempo del acostumbrado, detrás de la caseta de los carabineros… Regresó al garaje, con paso sorprendentemente lento, vacilante, tambaleándose. Consiguió llegar al patio del garaje, y, antes de entrar en el cobertizo, se desplomó. Mi abuelo, con evidentes muestras de nerviosismo, sospechando lo que más tarde se confirmó, me envió a la droguería, indicándome que fuera a toda prisa, a buscar aceite de ricino. Cuando llegué, aquel aceite purgante ya no surtió efecto. ‘Diana’ estaba agonizando. Se había envenenado al comer un trozo de carne con estricnina, que, cada cierto tiempo, el ayuntamiento ordenaba distribuir por distintos lugares, con el fin de eliminar los perros vagabundos. Años más tarde, el lazo sustituyó al terrible veneno. Yo tendría unos doce años, y la mirada de aquella perra, dócil y cariñosa, que se iba apagando poco a poco, y que en un instante había perdido toda su vitalidad, nunca sabré si era una mirada de súplica o de despedida… Y así, con apagados gemidos de sufrimiento, dejó de existir aquella joven y esbelta perra, castaña y blanca, cruce de galga y podenco, de nombre ‘Diana’. Comentario por Roberto Núñez Porto (16-11-2010 19:32)
o faiado da memoria · 11/11/2014 06:59
Soy yo paseando por la nostaljica playa de la Hortina, con mi tio ROBERTO PORTO , y su perra que se llamaba Diana ,detras se ven los pequenos vapores en madera Comentario por margarita mosquera porto (15-11-2010 20:51)